LA HUELLA DEL CAMINO EN LA CIUDAD DE LEÓN
PASO 3: Puente del Castro del río Torío

Abandonado el pueblo, el peregrino llega al Puente del Castro del río Torío. Cerca de aquí existía un puente romano, el que cruzaba la mencionada vía número I, que debía situarse unos 300 metros aguas abajo, en las proximidades del cementerio, donde se ha descubierto un yacimiento romano, excavado en los años 2000 y 2001, que correspondía a una mansio o a un vicus viarius, es decir, a una posada o un pueblo, respectivamente, próximos a la calzada. En la época medieval se construyó un nuevo puente aguas arriba del romano, del que subsisten unos retazos de cal y canto, que han sido atribuidos, creemos que erróneamente, al puente romano (Fernández, Abad y Chías, 1988, 206). Ese puente medieval es citado reiteradamente en las fuentes históricas custodiadas en el Archivo Municipal (Álvarez, 1992, 84-88) y a él se refiere la pícara Justina en su viaje desde su pueblo de Mansilla de las Mulas a León en el años 1605: “…gentil antigualla de guijarro pelado, mal hecha…” (López de Úbeda, 1605 (1991), 260).

En los siglos del medievo el rey regentaba los puentes y los viajeros que los cruzaran procedentes de fuera de la Corona de Castilla debían pagar un arancel de paso que gestionaba el concejo, aunque lo podía arrendar a particulares, y cuyos beneficios se destinaban al arreglo de los mismos, ya que sufrían serios daños por las casi periódicas avenidas. Los peregrinos, sin embargo, estaban eximidos de pagar estos peajes y podían circular libremente por todos los reinos, dado el carácter religioso de su viaje; las leyes siempre amparaban a los romeros (Vázquez, Lacarra y Uría, 1949. 255-262).

El Puente del Castro actual es barroco y fue construido en el año 1773, durante el reinado de Carlos III, por el arquitecto Bernardo Miguélez, tras demoler el anterior, y se concluyó en 1778, según rezaba una inscripción en la entrada sur. Consta de diez bóvedas de cañón de sillería muy cuidada; las pilas tienen tajamares apuntados aguas arriba y semicilíndricos aguas abajo; las dos pilas centrales se elevan hasta el tablero y permiten la creación de un espacio (salón urbano) que incluye bancos, típico de los puentes barrocos; en ambos extremos se ensanchan los pretiles a modo de brazos abiertos, pretendiendo integrar el puente en la trama urbana. Está decorado sobriamente con remates geométricos y con parejas de leones en ambos extremos, que sustentan inscripciones conmemorativas del monarca y lo protegen simbólicamente. (Fernández, Abad y Chías, 1988, 206-211).

 

 

 

 

 

 


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