A la salida de la calle la Rúa, el peregrino abandona el espacio histórico del burgo, delimitado por la cerca medieval, y desemboca en la entrada del viejo recinto romano (la “ciudad vieja”), enfrente del lugar donde se levantaba la llamada Puerta Cauriense en época medieval, documentada desde el año 950, y que correspondía con la porta principales dextra del campamento romano. Esta puerta fue destruida cuando se inició la construcción de la Casa de los Guzmanes en el año 1560 (Díaz-Jiménez y Molleda, 1906, 33). Este es un punto crucial del Camino de Santiago a través de la ciudad leonesa. Hasta el año 1168, según Armando Represa y en contra de la opinión de Uría Ríu, “el Camino bordeaba la ciudad, pero no penetraba”y desde Puerta Cauriense se dirigía a enlazar con la Rúa Nova que conducía al puente sobre el Bernesga (hoy calle Renueva; el enlace lo sitúa a la altura del cruce con la calle Padre Isla). En esa fecha, el rey Fernando II permitió que el camino de peregrinación entrara por la ciudad vieja en dirección hacia San Isidoro a través de la actual calle del Cid (Represa, 1969, 255, nota 30 y 259, nota 41; Martín, 1995, doc. 89).
Cuando el peregrino todavía se encuentra en la plaza de San Marcelo contempla dos monumentos que compiten en belleza y volumen: el palacio de los Guzmanes, a su derecha, obra señera de la arquitectura renacentista de mediados del seiscientos y, a su izquierda, la Casa Botines, edificio de estilo historicista del año 1891 de Antonio Gaudí, uno de los contados encargos que el famoso y genial arquitecto catalán aceptó fuera de su tierra, y que fue muy influyente en la arquitectura leonesa desde comienzos del siglo XX. Si la amistad de su padre con el obispo Grau de Astorga le había arrastrado a iniciar el Palacio Episcopal en 1889, que poco después abandonó disgustado, en esta ocasión, fueron las relaciones comerciales entre los empresarios leoneses del textil y de la banca, Simón Fernández y Mariano Andrés, con la compañía de Eusebio Güell, el adinerado mecenas del arquitecto y proveedor de los comerciantes leoneses, las que condujeron a Gaudí a la capital leonesa. El edificio lo diseñó con estética historicista neogótica (aparejo almohadillado rústico, arcos trilobulados, torrecillas en las esquinas) a la que incorpora algún detalle del naciente modernismo (rejería) y lo distribuyó para la función múltiple que le reclamaron sus promotores: negocio de tejidos y banca en la planta baja y semisótano y viviendas en las cuatro plantas restantes. Como le sucedió en Astorga, tampoco los ingenieros y arquitectos leoneses entendieron, atenazados por su visión conservadora, su arquitectura de vanguardia (la concepción de planta libre sin muros de carga en las plantas bajas, el empleo de pilares de hierro y el vuelo tan pronunciado de las torres) y Gaudí siempre guardó un sabor amargo de su estancia en León. En el año 1929 el inmueble fue adquirido por el Monte de Piedad y Caja de Ahorros de León, pero ni el destino bancario ni el nombre propio de sus antiguos dueños quedaron grabados en la memoria de los leoneses, quienes siguieron llamando al edificio “casa Botines” en recuerdo del apellido, deformado en el lenguaje cotidiano, del comerciante catalán asentado en León desde el segundo tercio del siglo XIX, Juan Homs y Botinás, de quien habían sido empleados y después socios los señores Fernández y Andrés. Sólo cabe un reproche a este monumento: su volumen y vecindad con el palacio de los Guzmanes no enriquece a ninguno de los dos.
El Palacio de los Guzmanes es una de las obras más destacadas de la arquitectura civil renacentista de la ciudad y de la provincia de León. Fue mandado construir por el ilustre comunero Ramiro Núñez de Guzmán en el año 1558 y fue proyectado por el prestigioso arquitecto Rodrigo Gil de Hontañón, de ahí sus semejanzas con el palacio Monterrey de Salamanca y la universidad de Alcalá de Henares, aunque la ejecución fue dirigida, según Javier Rivera, por su aparejador, nuestro ya conocido Ribero Rada (Rivera, 1982, 174-182). La viajera Justina alabó esta casa-palacio de la familia noble más poderosa de la ciudad, los Guzmanes, marqueses de Toral y señores de Aviados: “Fuimos por las casas de los Guzmanes, que es un paso forzoso. Estas me parecieron una gran cosa….Ahora me dicen están muy mejorados y muy ricamente adornados los dos lienzos de casa, con ricos balcones dorados, en correspondencia de muchas rejas bajas y altas de gran coste y artificio, de lo cual resulta una gran hermosura, acompañada de una grandeza y señorío trasordinario, anchurosas salas, aposentos ricos, vigamento precioso, cantería y labor costosa y prima. Hermosa casa, a fe” (La Pícara, 1605 (1991), 384-385). De la fachada comenta: “(…) dos selvajes de cantería que están a los dos lados del balcón, que están sobre la portada principal, en cuyo frontispicio está un epitafio o letrero, el cual, al dicho de los que le entienden, es tan verdadero como bravato”. Nuestra pícara hace alusión aquí a la cartela que recoge una máxima de Cicerón: “Ornanda est dignitas domo; non ex domo dignitas tota quaerenda” (la dignidad debe adornar a la casa; no toda la dignidad debe buscarse por la casa).
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Palacio de los Guzmanes. |
El edificio está compuesto de tres cuerpos: el bajo, ocupado por ventanas enrejadas; el medio, con balcones rematados por frontones triangulares o de segmento curvo, y el superior, con una galería o “paseador” con los vanos enmarcados por pilastras corintias; y remata en gárgolas. Las torres de los extremos fueron reconstruidas en el siglo XX. La escasa decoración sólo se concentra en la portada, defendida simbólicamente por los dos guerreros. Quizás, la zona más bella, aparte del patio interior, sea el ángulo sureste, que está calado con tres balcones decorados con la superposición canónica de órdenes clásicos, donde el arquitecto utiliza recursos de esviaje para conseguir la sensación de profundidad óptica. Numerosos escudos hacen ostensible el poder de los Guzmanes.
El peregrino se encuentra ya en una de las calles más comerciales y vivaces de la ciudad: la calle Ancha. Con este nombre la designaron los vecinos de León cuando vieron el resultado del ensanche interior de la vieja vía Ferrería de la Cruz, que se superpone, además, a uno de los ejes del campamento romano, el cardo maximus. Los primeros proyectos de alineación se presentaron en 1865 y empezaron a ejecutarse en la década siguiente, aunque el expediente no se aprobó definitivamente hasta 1899 (Reguera, 1987, 116). La antigua calle medieval se ensanchó por el lado sur ya que en el costado norte era obligado respetar el palacio de los Guzmanes y el de su vecino, el palacio del marqués de Villasinda. Esta casa pertenecía a una familia de la segunda rama de los Quiñones que estaba emparentada con los Quirós asturianos, como muestran los escudos que decoran profusamente su fachada, situada en el callejón del Cid, y en las dos torres conservadas en la calle Ancha (el cuerpo entre las torres es obra de principios del siglo XX y se levantó después de que un incendio arrasara esta parte del palacio). El promotor y arquitecto de esta obra son desconocidos, pero a juzgar por el estilo manierista, se supone que fue construido por el arquitecto Juan Ribero entre los años setenta y ochenta del siglo XVI, poco después del de los Guzmanes (Rivera, 1982, 198).
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