Introducción
El gran pensador liberal Ortega y Gasset aseguraba que no vivimos con la tecnología, sino que vivimos en ella. Este diagnóstico temprano, formulado a principios del siglo XX, se hace cada vez más real un siglo después, en un momento en que los ámbitos de aplicación y los impactos de la tecnología abarcan prácticamente todo el espectro de la vida social.
Según el informe anual sobre el desarrollo de la sociedad de la información en España, realizado por la Fundación Orange1, en el año 2007, más de 10,5 millones de hogares disponen de un ordenador personal, lo que representa casi un 60,4% del total de los hogares españoles.
Esta integración entre actividades humanas y tecnología también se ha producido en el ámbito de la educación, llegando a un punto en la cual hablar de Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC) y de procesos educativos empieza a ser, cada vez más, hablar de una misma cosa, puesto que los sistemas educativos forman usando las TICs y, a su vez, forman para el uso de las TICs.
Consecuentemente, los sistemas educativos no sólo están obligados a adaptarse a los cambios tecnológicos, sino que tienen un enorme protagonismo en la generación de estos cambios y en la apropiación social de las tecnologías producidas.
Esta dinámica de integración de la tecnología en el entramado social y económico debe entenderse como un proceso secuencial, caracterizado por fenómenos muy diferenciados en cada una de las fases de desarrollo. Habitualmente, en los primeros momentos de implantación de una innovación, la cultura, las actitudes y los valores de uso no están todavía bien configurados, de manera que son frecuentes los riesgos de adicción y de dependencia, la posibilidad de indefensión o desregulación ante determinados riesgos que la tecnología genera, las actitudes de rechazo o la inflación de expectativas.
No obstante, esta política preventiva no debe caer en la tentación de la tecnofobia, en el pesimismo sobre la tecnología o la exageración de los riesgos. La idea de posponer, limitar o reducir el uso de la tecnología entre los jóvenes no es el escenario que debe orientar la actuación. El riesgo de la tecnofobia es grave, porque supone cerrarse al progreso y, además, porque es una actitud que no está justificada, se basa en estereotipos y, con frecuencia, es consecuencia de la brecha tecnológica que se establece entre las generaciones y que separa claramente a docentes y alumnos.
Frente a esta tecnofobia, se propone la tecnofilia constructiva, basada en un optimismo razonable sobre las aportaciones de las Nuevas Tecnologías y en una gestión responsable de sus posibles riesgos. Esta actitud se concreta en una educación para el uso autónomo de la tecnología, en una investigación sobre el potencial de los artefactos para el desarrollo de una educación personalizada y para el uso de todas las posibilidades que tiene la tecnología en el desarrollo profesional, ciudadano y personal de los alumnos.
Hoy en día, estos niños y jóvenes, están utilizando la tecnología de muchas formas, enriqueciendo así sus conocimientos con la variedad de instrumentos que se ofertan en la red. Con la aparición de las tecnologías Web 2.0 (tecnologías web que fomentan la colaboración on-line y el intercambio entre los usuarios), los jóvenes ya no son sujetos pasivos en el intercambio de la información virtual, sino que se transforman en creadores de contenidos digitales, utilizando así los instrumentos de software social. En su exploración de estas Nuevas Tecnologías, no solamente desarrollan sus competencias digitales, pero también desarrollan una multitud de competencias "más soft" -la creatividad, la comunicación y la capacidad de cooperar, entre otras -, competencias que serán muy demandadas en los futuros empleos.
El informe realizado por el Observatorio de las Telecomunicaciones y de la Sociedad de la Información2, relativo a la infancia y la adolescencia en la sociedad de la información, determina una relación muy positiva entre los menores de 18 años y las Nuevas Tecnologías. En comparación con la relación que tienen los adultos con estas tecnologías, los menores de 18 años se ven más animados a probar los nuevos avances, se sienten más identificados con las tecnologías, a las que no consideran una barrera para la comunicación, y no les frena su posible complejidad de uso. Además, las consideran una herramienta útil en su desarrollo personal, ven más clara su utilidad que los adultos y muestran más interés por las mismas, aunque las consideren caras.
Otro estudio, elaborado por INTECO3, concluye que el primer contacto con Nuevas Tecnologías, y más concretamente con Internet, se produce entre los 10 y 11 años. Este dato reivindica la tan utilizada y conocida expresión "nativos digitales", que fue acuñada por Marc Prensky en un ensayo titulado La muerte del mando y del control, y que describe a los estudiantes, menores de 30 años, que han crecido con la tecnología y que desarrollan una habilidad innata en el lenguaje y en el entorno digital. Para esta nueva generación, las Nuevas Tecnologías representan una parte central y clave en sus vidas, ya que dependen de ellas para realizar muchas actividades cotidianas como estudiar, relacionarse, comprar, informarse o divertirse.
Sin embargo, y a pesar de la aparente familiaridad de los jóvenes con esta nueva tecnología y de la sensación de control o inocuidad que experimentan, la red se desarrolla cualitativa y cuantitativamente en direcciones no siempre deseables, y a una velocidad que hace difícil el establecimiento de medidas mitigadoras de los posibles impactos perjudiciales sobre el crecimiento emocional y personal de los adolescentes. El informe INTECO, antes mencionado, determina también que 84,5% de los menores de 18 años son capaces de dar una respuesta, en cuanto a las medidas que toman, ante la incidencia de un riesgo de las Nuevas Tecnologías. El 15,5% restante ofrece respuestas como cerrar la conexión o salirse de la web o chat, negarse a hacer lo que le piden y pedir ayuda a los padres (sólo un 1,1% de los niños declara esta opción).
En cuanto a los padres, ellos siguen principalmente medidas de tipo físico o técnico (entendiendo por medidas físicas aquellas que implican una actuación sobre el equipo). En mucha menor medida, los padres mencionan medidas educativas y coercitivas. Las medidas educativas engloban aquéllas que implican el diálogo, la advertencia o la formulación de recomendaciones. Las medidas coercitivas implican el establecimiento de algún tipo de limitación o control (horario, supervisión...). Por último, sólo un 0,3% de los padres inicia acciones de denuncia ante las autoridades oportunas. Un 3% no hace nada, y más de un 16% no es capaz de dar una respuesta.
Sin duda, estas Nuevas Tecnologías conllevan nuevos riesgos, pero muchos autores están de acuerdo en que esta nueva generación también es capaz de auto regularse si está bien informada sobre los distintos niveles de riesgo. Las escuelas tienen el deber de enseñar a los niños y a los jóvenes a permanecer seguros cuando navegan en Internet, ya sea dentro del centro educativo o fuera.
Si los centros educativos empiezan a utilizar cada vez más estas Nuevas Tecnologías, reconociendo que sus beneficios educativos y sociales son mucho mayores que los peligros que engendran, la flexibilidad de su currículo se aumentará cada vez más.
1Fundación Orange (2008):E-España 2008. Informe anual sobre el desarrollo de la sociedad de la información en España.
2Observatorio de las Telecomunicaciones y de la Sociedad de la Información (2005):"Información y Adolescencia en la Sociedad de la Información".Red.es.
3INTECO (2009):Estudio sobre los hábitos seguros en el uso de las NUEVAS TECNOLOGÍAS por niños y adolescentes y e-confianza de sus padres. Observatorio de la Seguridad de la Información.